sábado, 1 de octubre de 2011

LA NIÑA Y LA SOMBRA




Por primera vez, iba sin hermanos y sin papá, en busca de las moras silvestres. Canturreaba y corría por entre los matorrales en busca de los zarzales, con la alegría de una niña de cinco años. Al lado, retozaba mi inseparable amigo, Orejón.

Había pasado, no se qué tiempo de la tarde, y el morral, avisaba a mi pulso del peso de las moras y el pulso, ya no resistía mas moras. Eché a la espalda el morral y luego, me dispuse a llamar a Orejón para iniciar el regreso a casa.

De repente, ¡una sombra se apoderó de mi! y crecía solo hacia un lado, yo caminaba y ella avanzaba, me devolvía y ella retrocedía, me sentaba y ella se disminuía. Sentí miedo. -Sombra intrusa- pensé, mientras subía el brazo para ajustar mi boina, y la mano de la sombra también se ponía sobre su cabeza. Orejón, ni gruñía ni ladraba. ¡Qué raro! ¿Serán amigos?

¿Cómo regresar a casa con esa sombra? ¿Estaría contenta mamá con una invitada desconocida? Cómo la iba a presentar a papá y a mis hermanos? ¿Se quedaría en casa? ¿Se bañaría en mi tina? ¿Dónde dormiría?

Decidí esconderme de ella y corrí y corrí hasta la sombra de un guayabo. Me senté de frente al largo flaco oscuro del árbol que se pintaba sobre la vereda y allí desapareció la sombra.

Dejé pasar algunos minutos, y observé que mientras Orejón olfateaba los alrededores, también lo seguía una sombra y que ella estaba pegada a sus patas. Llamé al perro, -¡Orejóóónnn!-, y llegó corriendo y perseguido de la sombra. La cola de ella se batía tan contenta como la propia cola de Orejón.

Cuando quise quitarle las patas de la sombra a las patas de Orejón, de nuevo salieron los brazos de la sombra que me seguía. Intenté ponerme de pie y la sombra también lo hizo, simulé trepar el guayabo, y la sombra también lo intentó; salté y salté y la sombra saltó y saltó, abracé a Orejón y la sombra abrazó a su perro de sombra. Ellos, como nosotros se unieron entre sí.

Como empezaba a oscurecer, quise ser amable con la sombra, para que nos dejara ir, entonces, le hice adiós con la mano y ella también, le dije -adiós sombra-, pero no respondió, me hice al piso y le di un beso en su mejilla, y tanto mi cuerpo, como mi rostro se fundieron en ella, como que éramos una misma, entonces comprendí que esa sombra era mía y yo de ella, que yo, como orejón y el guayabo, tenía mi propia sombra. Me puse contenta porque ahora Orejón y yo teníamos dos nuevos amigos para jugar; su sombra y la mía. Así que las invité a que nos siguieran.

Regresamos a casa corriendo con Orejón y nuestras sombras nos seguían! De las moras, tan solo quedó un poco de batido en la mochila.

Mamá, estaba recostada en el sillón viendo la T.V. y mientras me dormía a su lado, ella me contaba cómo se hacen las sombras.

Si quieres saber, cómo se hacen las sombras, pregúntale a mamá.