miércoles, 20 de julio de 2011

DOMINGO SIETE


DOMINGO SIETE

Había una vez dos compadres: el uno tenía casa, tierras, animales y todo lo que los hombres creen que necesitan para ser felices, pero vivía casi siempre de mal genio porque tenía coto. Se llamaba Régulo. Agustín, el otro, era pobre y nada tenía, pero le gustaba cantar y era el primero en burlarse de su cuello, también abultado.

Un domingo en el mercado, Agustín se quedó mirando unos marranos y pensando cuándo sería que los podría comprar. Sin saber a que horas, se le hizo tarde. Oscureció, así que se decidió no emprender el camino de regreso a su casa, pues era lejos, sino quedarse a dormir debajo de un inmenso árbol, bien cobijado con su ruana. Toda la noche soñó Agustín con los marranos que no había podido comprar, y cundo ya clareaba lo despertó una algarabía de pájaros. Se pudo a oir con atención y escucho que cantaban:

Lunes y martes
Y miércoles tres,
Lunes y martes
Y miércoles tres.

Los pájaros bajaron a revolotear sobre él, encantados con a copla que había continuado Agustín y, como en los cuentos de hadas, le dijeron que podía pedirles un deseo.
¡Qué me quiten el coto!- exclamó Agustín.

Y, en efecto, al tocarse el cuello, el bulto ya no estaba. Los pájaros, además, le echaron morrocotas de oro en el bolsillo y se alejaron felices cantando su copla completa.

Cando Régulo vio a su compadre sin coto, se puso verde de la envidia y su rabia creció cuando, el otro domingo, vio que Agustín compraba seis hermosos marranos y dos vacas lecheras

-Agustín – le dijo-, tú estás en tratos con el diablo, ¿cómo si no ibas a quedar con el cuello liso y a volverte rico de la noche a la mañana?

Agustín soltó la risa y le contó la historia de los pájaros. Antes de que Agustín hubiera acabado de hablar. Régulo salió corriendo hacia el árbol y se puso a zarandear las ramas hast cuando los pájaros cantaron:

Lunes y martes
Y miércoles tres,
Jueves y viernes
Y sábado seis.
Lunes y martes
Y miércoles tres,
Jueves y viernes
Y sábado seis.

-¡Y domingo siete!- concluyó Régulo, convencido de que le había tocado el turno de la buena suerte. Pero los pájaros no le encontraron ninguna gracia a su verso. En lugar de quitarle el coto como él esperaba, le añadieron el de su amigo y el cuello le quedó como una chirimoya. Ahora vive mas furioso que nunca y en el pueblo lo llaman “Domingo Siete”

(De Cuentos Picarescos para niños de América Latina)
(Coedición Latinoaméricana)